Wim Wenders nos regala este
poético filme que describe los dilemas existenciales de maravillosos seres
míticos: los ángeles. La obra cuenta con una estructura compleja, escenas que
parecen inconexas pero se ligan magníficamente por los monólogos escritos por Peter Handke.
Éstos son precisamente los que producen en el espectador momentos reflexivos e
interrogantes ontológicas.
La narrativa se centra en la
eternidad de dos ángeles: Damiel y Cassiel. Juntos escuchan, observan, cuidan y
registran todo acontecimiento ocurrido bajo el cielo de Berlín. Son testigos
perpetuos de los pensamientos, ruegos, angustias y deseos de las personas, lo
cual podemos ver a través de fragmentados soliloquios que nos dejan ver el
interior de infinidad de personajes, entre los que se encuentra un cuentista,
un actor/dibujante y una trapecista.
La colorimetría juega un activo
papel en el filme al delimitar los momentos humanísticos y los angélicos. Los
primeros caracterizados por una ración considerable de variados y vivos colores,
mientras que los segundos exponen la perspectiva de los etéreos en escala de
grises.
El núcleo de la historia se ubica
en el deseo de Damiel de ser partícipe en el mundo terrenal, no ser más un
simple observador y experimentar las emociones humanas. Un deseo que aunado a
su creciente interés por Marion, generan en él un gran entusiasmo por vivir. Ya
que a Damiel le es permitido convertirse en un ser humano, somos testigos de un
extraordinario despertar al amor y a la vida, y el encuentro maravilloso de dos
almas que se complementan a la perfección. La intensidad de este momento nos es
transmitida gracias al discurso final de Marion.
En este película, el qué se cuenta depende profundamente del cómo se cuenta. Aunque suene irónico,
creo se trata de una obra realista, que nos hace empatizar con cada personaje y
nos mantiene absortos en cada momento. Incluso me hace recordar una frase que
leí hace poco: La vida es difícil, y no.
(Der Himmel über Berlin - Win Wenders -1987)
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